Respuesta a la carta de Héctor Alonso López

por Antonio Ledezma

Con justificada y comprensible emoción leo carta remitida por Héctor Alonso
López, un hermano de luchas quien además fue nuestro maestro y paradigma de
conducta política en esos tiempos iniciáticos de la carrera política que
emprendimos desde 1972 a nivel nacional. Recibir esa misiva del líder que nos
marcaba el derrotero y hacía sonar el diapasón de nuestros acordes y sueños
juveniles, es renovar esas esperanzas que siguen vivas y vigentes en nuestras
almas y en el sentir de los miles de renovadores esparcidos por toda la geografía
venezolana y ahora también como parte de la diáspora.

Hector Alonso me agradece la referencia que hago sobre su trayectoria en mi
reciente libro ¿De Dónde Venimos y Hacia Dónde Vamos? en el cual señalo «fue
un timonel exitoso del movimiento juvenil a quien se le entorpeció el ascenso a
la Secretaria General de Acción Democrática, hecho que cambió,
indubitablemente, la historia del partido y de alguna manera,
consecuencialmente, la del país”. Como dijo Cecilio Acosta: “hacer justicia no es
favor”. No hice un halago gratuito, lo que escribí sobre tí, Héctor Alonso, es la
fiel descripción de un líder auténtico que estuvo a punto de cambiar el destino
del partido Acción Democrática y que seguramente, con ese proceso de
renovación –para entonces en marcha– le habríamos ahorrado a Venezuela
estos desenlaces que nos empujan, más y más, al fondo del abismo de donde
pretendemos salir lo antes posible. Es pertinente recordar que en octubre del año
1991, tuvo lugar la Convención Nacional del partido, celebrada en el parque de
Naciones Unidas de la Parroquia Paraíso de Caracas. Allí, Luis Alfaro Ucero
aventajó a Héctor Alonso por 72 votos. Insólito resultado, si inventariamos las
consecuencias de algunos sucesos previos, como el escamoteo de la victoria que
días atrás habíamos coronado en los estados Bolívar, Aragua y Mérida, con cuyas
delegaciones hubiésemos consolidado el triunfo de nuestro candidato a la
Secretaria General Nacional.

No quiero jugar a “lo que hubiera sido y no fue”, pero apelando a la imaginación
ligada con hechos absolutamente probables, advertimos la desgracia entrañada
en esos momentos en los que se frustraron nuestras propuestas de cambio en la
conducción de la organización, fracaso que pulverizó la posibilidad de haber
evitado que el partido se plegara a la defenestración del presidente Carlos Andrés
Pérez en 1993.

Con Héctor Alonso –liderando a Acción Democrática–otro hubiese sido el
devenir del partido y no esa historia oscura que nos hizo perder el rumbo como
partido de gobierno y a su vez liquidar el plan económico, político y social puesto
en marcha a partir de 1989, mediante el cual se pretendía dejar atrás el rentismo;
deslastrarnos del pervertido pragmatismo que dio origen al clientelismo que
entre otras expresiones, como las mutuas descalificaciones entre los voceros de
los partidos, alimentaba los sentimientos de la anti política. Se avanzaba a dar el
paso firme hacia la descentralización, a abrir el sendero constitucional de los
derechos y garantías económicas congeladas, reducir el tamaño del Estado, lo
cual no implicaba su insignificancia, sino más bien la redefinición como ente
fundamental de la institución pública: todo lo cual conllevaba una novedosa
mirada a sus capacidades, funciones y misión en el entramado de la Venezuela
que se estaba configurando bajo el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez. El
sólo dato qué para finales del año 1991 el crecimiento económico verificado
rondaba los 10 puntos, es más que suficiente para lamentar que se haya truncado
o descarrilado esa locomotora que viajaba hacia el definitivo y luminoso gran
viraje.

Esa visión transformadora tuvo, y tiene, en Héctor Alonso, un pedagogo
predicante para toda Venezuela con un pensamiento vigente que se resume en
sus dos más sobresalientes pensamientos, uno convertido en libro y el otro
hecho formulación y práctica. Primeramente, la política con rostro humano, el
rostro humano de la política: mentís formidable del maquiavelismo criollo que
impuso, en degradación salvaje, el método «catch as catch can» en la política
venezolana y desde luego en la política interna en AD, cuyo mejor resultado fue
la felonía contra Carlos Andrés Pérez. El otro pensamiento, o cambiamos o nos
cambian, que lejos de entrañar una admonición retrechera o de pesimismo, es
un cuasi silogismo de la inteligencia de vida de él, Héctor Alonso, que ha
concebido la política como un ejercicio para servir, no sólo en la hora exigente de
la representación sino en el tiempo de la confianza entregada, que, echada al
olvido, o distraído del compromiso inicial, la paciencia y tolerancia popular
agotada y perdida termina cambiando de sentimiento y querencia. No siendo una
frase apocalíptica tuvo algo de profética. O cambiamos o nos cambian fue
también una frase de alto contenido ético: todo pueblo está en la obligación de
cambiar de emoción, de convicción, de pertenencia, cuando es abandonado o
descuidado por quienes teniendo la confianza popular la trueca por el goce
particular de beneficios y por el fetiche arrogante del poder, sin servicio, sin
bondad, ni inteligencia ni humildad. Ante todos esos acontecimientos, apreciado
Héctor, estimo que es hora de realizar una indispensable e ineludible jornada de
autocrítica que nos permita sacar conclusiones respecto a los errores que todos
cometimos en este trance. Siempre te escuchaba decir que » la autocrítica es la
mejor vía para la rectificación».

Demás está decir que también otra hubiese sido la percepción social y la
dinámica del escenario político frente al golpismo impulsado, entre otros, por
Hugo Chávez y el siniestro plan de los protagonistas de la «rebelión de los
náufragos».

El pasado domingo 12 de septiembre, Héctor Alonso publicó una crónica que
resume ese ciclo histórico de manera extraordinaria y coincido con la
calificación del historiador Ramón Rivas Aguilar al decir sobre ese relato que “se
trata de un juicio del pasado de Acción Democrática y un pronostico anticipado
(sic) de cara al futuro”. En ese diagnostico y en esa visión, y en muchas otras
cosas más, tenemos Héctor y yo, muchas coincidencias.

Pensamos en que ésta es la hora de la unidad con sensatez, unidad con
propósitos, conducida por un liderazgo firme, valiente, inteligente y sobrio,
como esas virtudes que distinguían a Leonardo Ruiz Pineda, según palabras de
Gallegos: “el hombre de la fina valentía y de la gozosa audacia”.

Un liderazgo como lo pidió Jehová a Josue cuando encaró la odisea de llevar al
pueblo a la tierra prometida: «Sé fuerte y valiente…solo esfuérzate y sé valiente…
no temas ni te acobardes». Pensamos que es esta una circunstancia en la que
debemos inspirarnos en los acontecimientos ocurridos en aquella mezcla de
audacia, iglesia, balcón, sotana, mensaje oportuno y pueblo que germinó la
libertad aquel 19 de abril de 1810, porque nuestra intención de independencia
alumbró en una plaza pública –y comadrona fue una asamblea ciudadana– no
en un cuartel, teniendo en cuenta que esas bayonetas fueron desenvainadas
después para cantar victoria en Carabobo el 24 de junio de 1821.

Ciento diez años luego, Acción Democrática dictó una pauta muy nítida en el
Plan de Barranquilla cuando apeló a la necesaria participación de los líderes
civiles para que se dispusieran a administrar los asuntos públicos. Esa línea
cobra mayor justificación ahora cuando estamos padeciendo las nefastas
consecuencias del desempeño desastroso del pretorianismo, posmodernista, de
nuevo cuño.

Otro legado de esa generación prometedora fue su entusiasmo por defender las
garantías que hicieran posible que los venezolanos nos expresáramos
libremente, que pudiéramos divulgar nuestros pensamientos en artículos de
prensa y en los mitines programados como el del 13 de septiembre de 1941 en el
Nuevo Circo de Caracas. Ese acto resume lo que comenzaba a ser en la realidad de
entonces el ejercicio de los derechos individuales de asociación, de participar en
reuniones y a desplazarnos libremente. El derecho de asamblea. El derecho
inalienable que cada pueblo, caserío y aldea, cada barrio y urbanización, tuviera
su asamblea, su comité de base.

Me retrotraigo a esos episodios para fundamentar la aspiración que apellidamos
«renovación» en aquel proceso de los años 1990-1992. Nosotros le estábamos
proponiendo al partido y desde nuestra trinchera partidista al país todo, una
agenda de cambios sin perder la esencia de los mejores tiempos del partido.
Pretendíamos rescatar el propósito originario, betancouriano, de instalar en
Venezuela una cultura civilista.

Queríamos practicar la política con pedagogía y que de los debates callejeros o
mediáticos saliera la voluntad soberana de los ciudadanos, puesta de manifiesto
a través del voto universal, directo y secreto. Por eso AD era más que una
maquinaria arrolladora, era una escuela de ciudadania para que por la vía del
ejercicio democrático se dirimieran las desavenencias, apartando
definitivamente de la escena la presencia grosera y violenta de las montoneras.
Muy claramente lo proclamaron nuestros fundadores que aspiraban ponerle
punto final “al desmigajamiento nacional forjada por politiquillos de aldea, por
miopes caciques de caserío”.

La impronta de AD en la fundación de la democracia es resaltante, diría que
protuberante: así, paradigmático, es como sobresale la figura de Gonzalo Barrios
como el precursor de la alternabilidad, cuando prefirió reconocer o admitir “una
derrota discutible, que defender una victoria sospechosa”, (la diferencia entre
Rafael Caldera y Gonzalo Barrios, en las elecciones de 1968, no fue mayor de 30
mil votos). En 1969 el presidente Raul Leoni traspasó el gobierno a un líder de la
oposición.

Por eso y mucho más calaron aquellas máximas de que Acción Democrática es
“el partido del pueblo”, con su Juan Bimba pertrechado del bollo de pan y
caminando pueblo por pueblo con su sombrero de cogollo en la cúspide de sus
pensamientos y sentimientos, y que el partido había figurado y concebido “a
imagen y semejanza del pueblo venezolano” y que por lo tanto, tal como me lo
recordó, recientemente, mi compañero Justo Mendoza, según palabras de
Andrés Eloy Blanco: “Acción Democrática está en la geografía del venezolano
tanto como en la geografía de Venezuela”. Y es verdad, Acción Democrática era
el reflejo en un espejo del país que se estaba macerando en ideas, líderes, partido
y masas. Era la expresión genuina de esa sociedad policlasista en la que
predominaban las inquietudes liberales.

Por eso mi estimado Héctor Alonso, es necesario e impostergable repensar a
Venezuela. Esa es una de las tareas que me propuse plasmar en mi libro que me
honraste en leer, en el cual no me limito al diagnostico de la catástrofe que nos
oprime, sino que me esmero en articular ideas para la Venezuela que
imaginamos para el futuro. Sigo pensando que el gran objetivo de todo nuestro
esfuerzo debe ser producir el cese de la usurpación e inmediatamente instalar un
gobierno de transición con carácter unitario, con un mínimo de puntos
previamente acordados para reconstruir la República y sus instituciones.

Aplicar un plan extraordinario de carácter social para asistir a la población que
está acorralada en la pobreza, sacarla de ese hueco, y eso no se logrará
limitándonos a poner en marcha métodos de ayudas espasmódicas, que solo
sirven para que esos millones de seres humanos sobrevivan en la miseria y en
correlativo subdesarrollo. Será inevitable activar un plan extraordinario para
renegociar la deuda pública externa, en el entendido de que un país con su
población padeciendo los rigores de una hambruna no puede estar dándole
prelación al pago de una deuda externa que, además, es de dudosas procedencia.

Hay que procurar dinero fresco en el BM, en el FMI, en el BID, etc. Hay que
rescatar capitales robados, crear ambiente atractivo para frenar el
empobrecimiento y para el despegue viable desde la arquitectura de la
prosperidad, con seguridad jurídica, gobernanza, confianza, etc., para repatriar
dineros colocado en el exterior, mientras adentro se rehabilita el BCV y se ataca
la hiperinflación con el diseño de un signo monetario para la coyuntura. El
dinero que se canalice debe orientarse a reactivar el aparato productivo,
garantizando la adquisición de materia prima e insumos necesarios para que las
miles de fabricas e industrias paralizadas se pongan en producción, se genere
empleo, capital social y riqueza interna. De ahí saldrán fuertes palancas para que
la gente emprendedora salga de ese pantano de pobreza: empleos estables y bien
remunerados y una educación de calidad, insisto.

Otro plan a poner en marcha debe ser para rescatar la infraestructura:
acueductos, electricidad (prioritariamente las termoeléctricas), fuentes de gas,
hospitales y ambulatorios, escuelas y universidades, campos deportivos y
centros culturales, vialidad primaria y secundaria, sistemas de riego, silos, y
simultáneamente acordar con el sector agropecuario un fondo para producir por
lo menos 10 rubros alimentarios (seriales, hortaliza, tubérculos, sector cárnica,
leche, aves, porcinos, pesca), garantizándole semillas certificadas, vacunas,
crédito oportuno; un parque de repuestos para la reparación de maquinaria
agrícola, desde tractores, cosechadoras, bombas, vehículos de transporte, etc.
Igualmente deben ser rehabilitadas las miles de unidades de producción con que
cuenta Venezuela a lo largo y ancho del país, tanto como política económica y
laboral, como acto de justicia para con los propietarios confiscados por la
voracidad y la envidia inoculada por los ideólogos enemigos de la generación de
riqueza y bienestar. Habrá que erradicar el mal endémico de la matraca que tiene
sus peligrosos vectores en esas alcabalas de la inmoralidad.

No es noticia nueva para ti Héctor Alonso, ese anterior párrafo, debes recordar
las emocionantes exposiciones de Alberto Herrera y Peña Navas mientras
viajábamos por carretera hacia San Felipe.

La Venezuela rentista debe desaparecer, igual ese mito de que “somos ricos
porque tenemos petróleo”. Será la hora de la economía del conocimiento
entrelazada con una economía solidaria de mercado. Sueño con ese país en
donde se privilegie un gran plan de educación con calidad con una visión de
corto, mediano y largo plazo. La piedra angular de la nueva Venezuela tiene que
ser la educación. De ese tema hablaba con pasión enternecedora tu padre,
Gustavo Amador López. Fue a él, conversando en el apartamento de la tía Delia
en el edificio Claret, en la calle Negrín, de Sabana Grande, a quien le escuche
decir eso de que “la inteligencia que estimulemos en la cabeza de los niños será
el petróleo que nunca se acabará”. ¡Que gran verdad! Ahí está la autentica
riqueza renovable.

PDVSA está seriamente averiada, dejó de ser la segunda transnacional petrolera
del mundo, con 22 refinerías procesando crudo, esa industria que en el segundo
gobierno de CAP llegó a incrementar en un millón de barriles su producción.
Ante su descalabro lo conveniente será crear una Agencia Nacional de
Hidrocarburos, mientras se dicta una nueva ley de esa materia. Un ambiente de
seguridad jurídica generará confianza y estabilidad política, que servirán para
captar capitales financieros privados para acometer la misión de relanzar esos
commodities. Las refinerías y otros enclaves como el de la CVG en Guayana,
deben ser atendidos, en el entendido de que se acabó el Estado benefactor e
intervencionista. Nuestro querido Homero Parra debe estar tarareando en el
cielo estas ideas que tanto discutía con nosotros.

La Venezuela que resurja debe contemplar planes ambientales, esa es una
realidad que nos confirma que la era de la descarbonización está en marcha. Las
energías alternas no deben estar fuera de los planes de esa nueva Venezuela.
Igualmente la realidad de un mundo multilateral en donde Venezuela debería
incursionar con serena audacia, racionalidad y talento. La ciencia y la tecnología
nos rebotan en la cara y la reacción no debe ser esquivar esa realidad. La era de la
cibernética, de las monedas virtuales, es lo empírico, lo fáctico.

Todo eso es posible hacerlo en el marco de una emergencia humanitaria. Pienso
en un Plan Marshall a lo venezolano y en un Plan Colombia adaptado a la
realidad actual de Venezuela, en donde opera un Estado Criminal y Forajido que
será imperioso desarmar y desmantelar. La Fuerza Armada Nacional debe ser
restablecida conforme a lo que dicta la Constitución Nacional en su art. 328.

Debe garantizarse la plena libertad de expresión, cerrar el ciclo de presos
políticos, de inhabilitaciones en Venezuela, discriminaciones de todo orden, y
expulsar del territorio nacional a las fuerzas irregulares que la invaden.
Ese gobierno de transición debe tener un límite de tiempo, no menos de 20
meses. Sus integrantes deberían emular el compromiso de los integrantes de la
Junta de Gobierno de 1945: no competir en las elecciones democráticas que
sobrevengan y en las que no exista la figura de la reelección, que para mi,
debería eliminarse, pero si incorporar la figura de la doble vuelta electoral.

Los nuevos gobernantes deben ser implacables con los responsables del
latrocinio perpetrado y más transparentes que la luz del sol. Pienso como
nuestro admirado Chelique Sarabia que “la crisis más difícil a superar es la
moral”, para dejar esa pandemia que mata los valores será menester muuucha
familia; esta, amenazada como está por el estado totalitario que pretende
convertir el núcleo fundamental de la sociedad –la familia– en un simple
vocablo jurídico, sub iudice de la jerarquía del poder, desprovista de su más alto
propósito: la educación de sus miembros. Sometida al hegemónico estado
comunal para invisibilizarla.

El Pacto de Puntofijo (1958) debe ser de obligatoria consulta como referencia
histórica exitosa. Por eso en las páginas postreras de mi libro presento, a
consideración de todos los sectores políticos, sociales y económicos de
Venezuela, la idea de suscribir un PACTO DE ESTADO en el que incluyamos,
previo debates y acuerdos, los puntos mínimos indispensables para dar lugar a la
reconstrucción o, como sugieren los prelados de la Iglesia Católica, refundación
de la República. Estas son inquietudes que comparto contigo apreciado Hector
Alonso, sin presumir que sean La Biblia, pero sí un humilde ejercicio propiciador
de intercambio de criterios. Lo que sí aseguro es que esta terrible crisis no será
estéril, como tampoco serán en vano tantos sacrificios encarnados por las
mujeres y hombres que se inmolaron encarando esa tiranía. Venezuela es más
grande que sus dificultades y tiene que ser igualmente mas inmensa que
nuestras ambiciones personales.

Mi muy apreciado Héctor Alonso, desde este exilio añoro, con un inenarrable
dolor de patria ausente, la Venezuela de mis desvelos y echo mano al genio de
nuestro insigne poeta Andrés Eloy Blanco para decirte con su verso:
Héctor, “ya la patria está muy lejos, la escucho ya en canciones y relatos, la
busco ya en cartas y retratos, la encuentro ya como el amor a los viejos, no digo
aquella de los cien reflejos, en el machete de sus arrebatos, sino la de sin maldad
y sin zapatos, la de pie y de agua como los espejos”.
Mi corazón, mi leal conciencia y mi inseparable Mitzy, saben cuanto deseo estar
allá, en la arena del combate, sin rendirnos jamás.


Se despide, siempre amigo y compañero;

Antonio Ledezma
Desde el exilio, Madrid,
15 de septiembre de 2021