Carta al CEN de AD del 24 de febrero de 1992

Caracas, 24 de Febrero de 1992.

Compañeros

Presidente, Secretario General y demás miembros del Comité National de Acción Democrática

Al decidir escribirles esta carta contentiva de mis preocupaciones y reflexiones en torno a la situación que vive nuestro país, lo hago asumiendo mis responsabilidades como dirigente del partido y como ciudadano que siente la necesidad de exteriorizar algunas opiniones con la finalidad de contribuir a la discusión para abordar con criterios y objetivos sensatos la orientación de Acción Democrática en estos convulsionados días. Por ninguna razón, y no hay argumentos que justifique, podemos dejar de lado el estudio de las causa y consecuencias que han puesto al borde del abismo a nuestro sistema democrático. Es un imperativo discutir en profundidad, es decir en sus raíces, la asonada militar de jóvenes oficiales tanto en sus razones como en los hechos, y que por primera vez se protagoniza a estas alturas de la evolución democrática. Este acontecimiento no puede pasar desapercibido por la dirección política del partido de gobierno, ni podemos darle el tratamiento superficial que se le dio a los sucesos del 27 de febrero, el cual nos advirtió de la presencia de un poderoso  malestar social subterráneo, que era y sigue siendo expresión de una crisis social que no ha hecho sino profundizarse en la medida de no darle salidas políticas, sociales y económicas. Tampoco puede ser que las respuestas solo se restrinjan a aisladas declaraciones de prensa de individualidades, las cuales, en la mayoría de los casos, contradicen la opinión colectiva de los miles y miles de militantes y simpatizante de nuestro partido.

Nosotros como organización política fundamental en la evolución institucional de la Venezuela del siglo XX, debemos asumir con responsabilidad los errores que hemos cometido. Debemos decirle al país sin temor que nos hemos equivocado. No por una intensión manifiesta de nuestros gobernantes de turno, los cuales en general actuaron de buena fe, sino por una concepción errada del modelo político y socioeconómico que adoptamos, y por no corregir a tiempo los errores cometidos.

No es posible, que el crecimiento económico alcanzado por Venezuela, contraste con los dramáticos niveles de miseria que registra su población. Nuestro crecimiento económico ha sido empobrecedor. Mientras la economía crece en forma aritmética, la pobreza lo hace en proporciones geométricas.

Resulta difícil comprender, como es que más de doscientos mil millones de dólares que le han ingresado al país en los últimos veinte años, no hallan podido solventar el problema de la pobreza extrema en millones de compatriotas, que los venezolanos no podamos contar con decentes y eficientes servicios públicos, con una adecuada educación, atención médica y una eficaz seguridad social.

Es inconcebible que hoy el ingreso per capita del venezolano sea igual o inferior al de hace veinte años. Que la cesta básica alimentaria en los últimos cinco años haya quintuplicado su valor y que un ciudadano común con su ingreso pueda solo satisfacer los requerimientos mínimos de alimentación sin tener acceso a otras aspiraciones fundamentales para el desarrollo integral del hombre.

Existe un sentimiento en la colectividad que está exigiendo responsabilidad jurídica y moral al liderazgo nacional sobre los problemas globales que aquejan el país. En los corazones de los venezolanos hay hambre de justicia. La patria requiere hacer  de la moral, la ley y la justicia el eje para la convivencia democrática. La moral y la responsabilidad son condiciones que definen la elección y acción del hombre y, en consecuencia debe responder por sus actos.

En Venezuela no existe seguridad jurídica. Las instituciones que creó el Estado para administrar justicia no le inspiran confianza al venezolano y lejos de ello, el ciudadano siente que no hay Estado de Derecho.

Se impone necesariamente repensar el Estado que todos aspiramos. No podemos continuar con un Estado macrocefálico e ineficiente, centro y motor de la vida del país. Se requiere un Estado fuerte en lo institucional,  pero que al mismo tiempo le entregue al ciudadano la posibilidad de diseñar su propio destino. Estamos urgidos de reformas profundas que le inyecten fe y esperanza al venezolano en la búsqueda de mejores destinos.

Hay quienes afirman que los males que padece la sociedad Venezolana responden a un problema cultural. Tal afirmación resultaba inconcebible, sin embargo de ser cierto es poco lo que hemos hecho para estructurar un nuevo modelo educativo, forjador del espíritu democrático, estimulador del trabajo creativo y emprendedor, que sea capaz de incentivar la competencia en todas las esferas de la sociedad.

 El 27 de febrero de 1989 y el intento de Golpe de Estado para romper el orden Constitucional, es el resultado de la podredumbre y degradación del sistema político, es la crisis del liderazgo y de las instituciones políticas que envuelve a la democracia de partidos, al ordenamiento legal y a toda la estructura del poder público y privado. Por supuesto; el problema no se resuelve con parches y picardía electoral y Golpe de Estado; sino haciendo de la libertad la senda para general más libertad.

 Acción Democrática ha sido el principal precursor de los procesos de cambio y de nuevo tiene que seguir siéndolo. No podemos ocultar que todo lo positivo que hemos conquistado para el país, lo negativo que hoy afecta al venezolanos. Es necesario desnudar todo un discurso político dentro y fuera de Acción Democrática que pregona el cambio necesario, pero que se desdice con actitudes y conductas que niegan esa voluntad transformadora.

Debemos diseñar un nuevo Sistema Político para Venezuela. Estamos presenciando dos Venezuelas: Una oficial, agónica, caduca y envejecida y otra vital, dinámica y pujante. Se enjuicia una manera de gobernar y ser gobernado en todas sus facetas. Las circunstancias históricas han cambiado y por lo tanto el sistema político (hombres, ideas e instituciones) comienzan a perder vigor frente a una realidad compleja, diversa y dinámica, que expresan signos embrionarios de un nuevo sistema político, cuyo eje es profundizar la libertad y la justicia, para conquistar una sociedad menos partidista, estadista, dirigista y monopólica.

 La sociedad Venezolana de hoy es diferente a la que conocieron nuestros antecesores. Hay nuevas formas de organización, de expresión; nuevos actores que están pidiendo participación en la toma de decisiones y con una nueva forma de concebir al país y al mundo porque existen nuevas tendencias a nivel planetarios.

El Comité Ejecutivo Nacional no puede estar de espalda a la realidad, debe existir en nosotros el propósito de asumir con realidad y responsabilidad todo lo que esta y seguirá sucediendo. No puede ser más importante la distribución del poder interno, sacrificando los intereses de la mayoría, que la situación del país.

Debemos propiciar el examen, la discusión, de lo contrario iremos acumulando derrota tras derrota, pues hemos llegado a un punto, quizás el más crítico de nuestra historia, en el cual si no se asumen compromisos serios con las demandas que actualmente se nos plantean, Acción Democrática será sustituida del escenario político por otras fuerzas que si pueden interpretar los nuevos tiempos. Al respecto, en nuestra propia historia sin irnos a otras comparaciones los ejemplos sobran. El poder político en Venezuela no está escriturado a nadie en particular, se mantiene en la medida que sea consecuente con la sociedad y sus demanda, en la medida que no choque con la ética y los principios que una sociedad mantiene como fundamental y que son el soporte de sus conductas y creencias, en otras palabras, en la medida en que exista una identificación en la sociedad que se actué.

En nombre de mucha gente y en el mío propio, les propongo que iniciemos una profunda discusión para tomar las grandes decisiones que está esperando el pueblo venezolano. De no hacerlo, de seguir posponiendo soluciones, no arrojemos la culpa de lo que pueda suceder, a otros, si no a quienes han tenido esa responsabilidad y no la han asumido.

Atentamente,

Héctor Alonso López