Primer encuentro de la apertura y participación nacional

Discurso de Héctor Alonso López
Hotel Eurobuilding, Caracas 20/03/1997

Amigas y amigos,

Durante varios años, después de la última dictadura, el pueblo venezolano se sintió orgulloso de sus líderes. La dictadura, ese caro proyecto político por el cual tantos venezolanos ofrendaron lo mejor de sí mismos, nos mantuvo unidos. Los partidos políticos fueron intérpretes de los anhelos del país.

De repente, en la calle, en el alma del pueblo mismo, cundió la apatía. Esta apatía vino acompañada de un resentimiento que se expresa con mucha fuerza. Los calificativos que recibe el mundo político son demoledores. La incompetencia, la deshonestidad, la traición a los principios, el individualismo, el clientelismo y el logrerismo, constituyen expresiones muy usuales y casi generalizadas. Todo esto refleja que hay un profundo descrédito en las instituciones básicas de la democracia. En los partidos, en sus dirigentes, en la política misma como proceso de acción y transformación de la sociedad.

Por otra parte ya la colectividad entró en plena fase de caos y desorden, no solo por la caída del bienestar caracterizado por hambre e inseguridad, sino por carecer de un horizonte colectivo que le inspire confianza.

Mientras eso ocurre, la abstención ocurrida en las últimas elecciones, en lugar de obligar a las mafias del poder a replegarse, está produciendo una especie de acantonamiento de lucha salvaje por mantener la desnaturalización de los partidos.

No les importa la opinión de los demás. No les importa la desconfianza que nació, creció y sigue creciendo en la población, aun sabiendo que lo cierto es que la desconfianza, cargada de crítica y censura, no discrimina.

Las organizaciones partidistas tradicionales superviven asfixiadas por vicios del comportamiento: son estructuras rígidas de lideratos con influencias restringidas en lo interno, direcciones estalinistas, sin programas concretos ni análisis de las realidades del país, y alejadas del ideario de cambio que les sirvió de génesis.

¡Qué dramático cuadro!, si además lo abonamos con el componente de que 16 millones de compatriotas nacieron después de 1958, el año de la caída de la última dictadura.

Los jóvenes desconocen vivencias personales o familiares de la vida, dentro del totalitarismo, de la tendencia que sea. Por ende, no vale en su esquema mental ningún signo de heroísmo político, de lucha contra las pasadas dictaduras venezolanas, lo que conspira contra una valoración del papel fundamental de los partidos políticos.

A pesar de los dicho, los partidos políticos tradicionales sobreviven y ante la falta de una nueva conducción, seria, que concite mayoritariamente las voluntades de los venezolanos, el aparato partidista ávido de poder, concurre, participa en cada proceso, e influye quizá cada día en menor cantidad, pero gana posiciones, ejerce el poder sin modificación alguna del establecimiento, lo cual enardece más a los electores en contra del estatus.

Las instituciones del Estado parecieran presas de una especie de entropía, que las lleva a una desintegración gradual a la vista de todos los venezolanos: no hay quien no sepa lo que permaneció escondido por discursos retóricos y altisonantes, desinformación y falta de cultura. Que los poderes institucionales están en lugares distintos a los consagrados en el régimen jurídico.

Esta situación que describimos nos anuncia que ha comenzado una etapa de transición, de un tipo de sociedad hacia otra.

Así pues, hoy conviven en Venezuela elementos del viejo modo de ser, junto con los que se están abriendo paso. Esto crea una sociedad paradójica y de contradicciones particulares, ya que así como en el campo de la economía coexisten el conuco con la agroindustria, la producción artesanal con la fábrica robotizada, y en el de la ciencia y la educación, el analfabetismo con la cibernética; en el campo político el clientelismo convive con experiencias exitosas de descentralización y nuevas experiencias de participación ciudadana.

Estamos ante la presencia de dos Venezuelas: una oficial, agónica, caduca y envejecida; y otra vital, dinámica y pujante de la sociedad civil.

Las circunstancias históricas han cambiado y por lo tanto el sistema político comienza a perder vigor frente a una realidad compleja, diversa y dinámica, que expresa signos embrionarios de un nuevo sistema político cuyo eje es profundizar la libertad y la justicia para conquistar una sociedad menos partidista, estatista, dirigista y monopólica.

Esta realidad nos indica que recién estamos transitando las definiciones de las grandes tendencias de la evolución en Venezuela.

La ruptura sicológica con el viejo país se está produciendo. Pero queda pendiente la amenaza. La vieja estructura puede regenerarse, el viejo tejido puedo cicatrizar si no aparece un liderazgo insurgente, atrevido, corajudo. Un liderazgo que infunda confianza y se ponga a la cabeza del enorme reto histórico que plantea el proceso.

El liderazgo debe ser visible, no puede ser una aspiración platónica ni una elucubración aristocrática de pequeños cenáculos. El nuevo liderazgo debe tomar la calle, debe arriesgarse y sobre todo tiene que producir una fuerza voluntaria de hombres y mujeres organizados.

Por supuesto; el problema no se resuelve con parches, picardía electoral y golpe de Estado; sino haciendo de la libertad la senda para generar más libertad.

Debemos diseñar un nuevo sistema político. Por ello repito lo dicho en otros escenarios: no creemos en una democracia sin partidos políticos. Eso nos parece una conseja reaccionaria y peligrosa. Estamos proclamando la necesidad de la organización de las ideas y desde ese punto de vista los partidos y las organizaciones sociales y gremiales cumplen un rol hasta ahora irremplazable.

Pero lo que no puede continuar ocurriendo es que los partidos sigan actuando como si nada ha pasado.

Son demasiado tímidas las tendencias o individualidades que se han propuesto en el camino de las reformas de sus organizaciones y las pocas experiencias de dirigentes que han llegado a extremos dilemáticos les ha llevado a ser perseguidos, aislados o expulsados de las filas de sus organizaciones, a las que seguramente dedicaron su vida y con las que se hubiesen podido constituir en un punto de referencia para las reformas.

De manera, que una de las tareas urgentes que se deben emprender en el país es el reforzamiento de todas estas tendencias, grupos e individualidades por medio del establecimiento, en el medio político y de la sociedad civil, de una cultura de respeto a las ideas para que el debate democrático vuelva a ganar su papel de instrumento esencial en la formación de la dirigencia política.

LE LLEGÓ LA HORA FINAL AL CAUDILLISMO IGNORANTE.

A un período de oscurantismo suele sucederle uno de luz. A una etapa de eunucos mentales, le ha de suceder la del renacimiento de las ideas virtuosas.

Un nuevo siglo de las luces, del pensamiento aparecerá en Venezuela si surgen, como estoy seguro ocurrirá, experiencias por doquier apoyadas en los nuevos fenómenos políticos de la descentralización, de la apertura, la participación y la moderación.

Estos procesos serán aupados por nuevos protagonistas que en todas partes, pero sobre todo en la provincia, comienzan a dar sus primeros pasos en la vida pública.

Los grandes debates sobre los trascendentes problemas de país deben darse en las organizaciones políticas y de la sociedad civil. Sólo de esa manera, podrá desterrarse el clientelismo, la banalización y la rutina que se ha apoderado de esas organizaciones.

La transparencia debe presidir la confrontación de las ideas para que sean abolidos para siempre los secretos de cogollos que han manejado vergonzosamente las organizaciones a través de un puñado de personas, por cierto, cada vez más reducidas.

A los partidos y a las tantas maneras de organizarse hay que entenderlas como una asociación libre de hombres y mujeres que tienen una interpretación común de los acontecimientos y de las tareas, y no como una cárcel del pensamiento. Las organizaciones sociales, políticas y culturales deben entenderse como una escuela permanente para aprender a vivir legítimamente en democracia.

La militancia en un partido político no debe anular, sino más bien, estimular la cultura de la confrontación de ideas.

El derecho a disentir debe ser consagrado como una de las garantías elementales de los miembros de cualquier organización, y permitirles alegar razones de conciencia para no seguir un determinado lineamiento.

Disentir no puede implicar castigo.

José Martí dijo: “el primer deber del hombre es pensar por sí mismo”.

Estos propósitos, estoy seguro, los sabremos conquistar. Sobre todo en momentos en los cuales estas reformas cabalgan sobre el despertar de la conciencia que vive el país.

De manera que hoy venimos a asumir este desafío al proponer la constitución de esta organización de nuevo tipo en el país.

No venimos a pretender ser un partido en el sentido estricto del término, sino más bien un punto de encuentro de individualidades y organizaciones con propósitos comunes que serán enriquecidos en el curso del debate que ahora se abre.

Proponemos constituir un Movimiento de movimientos, porque pretendemos ser un escenario de encuentro de procesos aislados, que se producen en el país y que van, en su mayoría, en la misma dirección de los planteamientos que hacemos hoy.

Aquí se abren las compuertas para los mejores venezolanos, para un pacto que fortalezca la descentralización, respetando las realidades locales para hacer más fuertes sus estados, sus municipios y sus parroquias; y porque creemos que cada realidad local debe ser respetada como tal, sin que esta pueda ser encerrada en el campo de la concentración que hoy son las conveniencias centralistas de las cúpulas de la dirección del país.

Mañana miles de hombres y mujeres lucharán en cada rincón de Venezuela para demostrar democráticamente que podían ser genuinos garantes del compromiso que hoy asumimos.

Esta manera auténticamente democrática permitirá que los más idóneos y capaces, los más llenos de optimismo y los de más elevada conducta positiva, sean nuestros candidatos a la Presidencia de la República, el Congreso Nacional, Gobernaciones, Asambleas Legislativas, Alcaldías, Concejos Municipales y Juntas Parroquiales.

Anunciamos que en las elecciones de 1998 presentaremos junto a otras organizaciones como la nuestra, hombres y mujeres enteramente libres como candidatos para todos los cargos que dependan de la voluntad popular.

Estamos resueltos a luchar por el poder y ese grito de guerra esperanzadora lo venimos a dar hoy cuando realizamos este hermoso y trascendente acto de formalización de un compromiso con la Venezuela por construir.

Una pregunta se hace el país frente a este acto:

¿Qué hace aquí el político más controvertido de los últimos 38 años? Carlos Andrés Pérez.

Carlos Andrés Pérez es un hombre de la historia y sólo a ella le pertenece su juicio.

Sin embargo, excúsenme el atrevimiento personal de tener que decir que cuando a uno las circunstancias de la vida lo colocan tan cerca de un personaje como él, se hace acreedor de los méritos y los desméritos de la fidelidad. Recurso, por cierto, bien escaso en la Venezuela de hoy.

He sido amigo de Carlos Andrés Pérez en las buenas y en las malas, más en las malas que en las buenas.

¿Y por qué está aquí?

Está aquí porque es un hombre de acción, sesenta años de lucha política son tiempo y espacio suficiente para albergar errores y aciertos, triunfos y derrotas.

Sólo los hombres de acción pueden correr los riesgos y duras pruebas a las que ha sido sometido.

Está aquí porque tiene la grandeza histórica, porque sigue con un inmenso sentido de apego a sus ideas y valores, sin renegar su pasado.

Él sabe, porque así lo ha dicho frente al país, que pertenece a la Venezuela que se derrumba; a una generación de líderes venezolanos que cometió el error de prolongarse excesivamente en el tiempo, represando la presencia de nuevas generaciones en la conducción de Venezuela.

Presidente Carlos Andrés Pérez: tengo la autoridad moral para decirle en esta hora crucial de Venezuela que seguramente algunos de sus errores fueron por haberse sobreestimado y, como amigo suyo que soy, le digo: no cometa el error de subestimarse.

Ahora venimos a comprometerlo como aliado del escenario en el cual usted y nosotros somos protagonistas para labrarnos la Venezuela que queremos.

Tiene sentido entonces exaltar el coraje y la profunda convicción y pasión de este hombre por sus ideales.

Está aquí, por ser víctima de la decadencia y la degradación del sistema al que dedicó sesenta años de su vida.

Irónicamente, tuvo que enfrentar en su país, a conciencia, una oprobiosa manipulación que lo privó por dos años y medio de su libertad.

Demostró tenazmente que cuando se tiene pasión por los ideales, no importa el costo que tenga que pagarse, por injusto, humillante y doloroso que éste sea.

Usted está aquí, porque el supuesto delito no le tiene porqué avergonzar; al contrario, a usted lo honra ser parte de la gloriosa historia nicaragüense.

¡Qué pensará de Venezuela el mundo hoy! Que lo que no pudieron los tanques y las metralletas, lo lograron la envidia, el odio y el oportunismo.

Conocí a Carlos Andrés Pérez cuando, recién llegado a Caracas, siendo un adolecente todavía, estaba fresca la pintura de los letreros que lo señalaban como el ministro policía o el ministro asesino. Era la época de la subversión armada, época de guerra. Los votos triunfaron sobre las balas. El tiempo así lo demostró. Por cierto, hoy en el gabinete ejecutivo del presente gobierno, se comprueba esa verdad histórica.

Me negaría a mí mismo si no confieso que también fui impactado por toda esa atmósfera truculenta contra él. Pero ¿quién en esa época podría sospechar que ese hombre de quien hablo y a quien hablo, pudiese llegar a ser no solo presidente, sino el primer venezolano en la historia en ser electo dos veces democráticamente como presidente de todos los venezolanos?

En el año 1974 tuve el honor de acompañar a Carlos Andrés Pérez en su primera salida internacional como presidente, y fui testigo del comienzo de lo que, a la larga, sería la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho.

En esa oportunidad, tras la firma de un experimental convenio con el gobierno de México, empezaron a salir fuera de nuestras fronteras ejércitos de jóvenes, lleno de talento y esperanza, y comenzaron a ocupar espacios de los mejores centros universitarios, tecnológicos y científicos del mundo, convirtiendo esta política en una de las más relevantes y consagratorias maneras de distribuir con justicia la riqueza nacional.

Allí nació la generación que será la protagonista de esta retadora transición que hoy vivimos de un milenio a otro, de un modelo de país a otro.

Ahí está la generación de la gerencia y la eficiencia, dispuesta a revertir el perverso drama que hoy vive Venezuela, producto de que los dirigentes no nos percatamos que el modelo económico, social y político se había agotado y comenzamos una larga prórroga de los errores que ha llevado a nuestro pueblo esté pagando el más injusto y costoso precio por su libertad y democracia.

Con una generación de venezolanos tan excepcional como la que tenemos y con la prodigiosa riqueza con que nos haya dotado la naturaleza tenemos todas las razones para pensar que el futuro es de dimensiones de tal optimismo, que lograremos los cambios que deseamos.

Por eso debemos procurar que resplandezca en nuestros espíritus, el afán por la victoria.

La transparencia con que actuamos hoy, con igual intensidad arriba los caminos que nos permitan confirmar que somos parte del cambio porque resolvimos cambiar.

Pero no somos los únicos. En las cerradas compuertas de la prisión partidista aún permanecen anhelantes, valiosos compañeros de nuestra generación, a quienes la maledicencia ha venido pretendiendo separarnos como amigos y del destino histórico y del compromiso con el cambio. A ellos les digo, en nombre de esta Venezuela que hoy asume este reto –y ello implica riesgo– que los esperamos con los brazos abiertos para construir la Venezuela libre que comienza por nuestra libertad interior, esa que nos permite caminar por los mil caminos de la patria con la frente en alto, mirando la luz del porvenir.